miércoles, 25 de marzo de 2009

El espejo del techo

Tendida sobre sábanas escarlatas, Khimayra paseó la mirada por el techo que cubría la habitación, hasta detenerla sobre las estrellas que decoraban el recuadro del espejo. Bañadas por la tenue luz que se filtraba por los resquicios de la ventana, parecían agasajarla con sonrisas. Ella les devolvió el gesto, llevándose después el dedo índice a los labios. Descendió por la curva de la yugular y recorrió uno de sus pechos con delicadeza, como si fuera a quebrarse en cualquier instante.
-¿Más? -susurró, con una mirada lasciva tatuada en los ojos.
Se lamió un dedo y lo deslizó por su vientre. Y al hundirse entre sus propias piernas, se vio a sí misma inundada por espasmos claroscuros. Arqueó la espalda. Sus caricias parecían danzas sobre la esencia que escapaba a borbotones de su interior. Chorreaba, e incapaz de sostener la mirada de aquellos astros deleitados, fue adentrándose en su propio cuerpo. Un gemido gutural huyó de lo más recóndito de su garganta. Perdió la consciencia de todo lo habido y por haber, de aquel instante y de los derrochados eludiblemente, de quién era realmente, y de la finalidad de aquel espejo colgado del techo. Solo quedó lugar para el placer, aquel que nunca sintió, recóndito e inimaginable. Y al borde de la derrota, rasgó sus muslos, abdomen y caderas con toda la rabia contenida concentrada en las uñas, destrozándose... Hasta que un orgasmo ascendió por su columna vertebral, atenazándola, creyéndose muerta.

martes, 17 de marzo de 2009

La gran culminación

Racionalizan lo irracionable, justificando cada movimiento objetivamente. Lo alegan con orgullo, e ignoran que antes de imparcializar deben analizar la subjetividad íntegramente.
Es más fácil coserse los párpados y amputarse los oídos... dejarse guiar por la objetividad. Atenerse a las leyes, a una conducta moral. ¿Quién se cubre los hombros con la piel del que es juzgado? Tal vez la justicia es demasiado cobarde como para subsistir cruzando miradas con condenados. Es miedo. A la subjetividad. A ser fruto de la necedad.

Pero mientras tanto, nuestros pensamientos continuarán encadenados a leyes impuestas por un ecuánime demente.