Que el vendaval doblegue recuerdos y cautive mi inherencia en una espiral de ráfagas evocadas. Que el gentío consuma drogas para excluir su inactividad cerebral. Que sean subordinados a un beso desazonado para drenar tantos noviembres. Las agujas, a contrareloj. Y el compás descomedido del violín que ahorcó sus cuerdas en busca de un atril estable, atestado de partituras anónimas y cenizas, sumido en un silencio de corchea. Ebria de vesania y exaltada por quimeras. Las palabras, calibradas. Con vértices de realidad. Trepando por mi garganta, horizontes de vértigo infinito. Y las ganas de fumarme el resto del tiempo.
lunes, 22 de febrero de 2010
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