Suzanne esbozaba sonrisas al óleo un día cualquiera de un mes cualquiera. Acostumbraba a tiznar el lienzo diseñando personajes dotados de su propia vida. Algunos eran rubios, con esmeraldas en vez de ojos. Otros morenos, y pelirrojos con pecas espolvoreadas por el rostro. Cuando se sentía satisfecha, recortaba las sombras que proyectaban en cada fracción de minuto y las escondía bajo el aura. No soportaba las carantoñas de la aflicción, por eso asignaba a sus personajes carcajadas inmortales; para aprender a dibujar sonrisas más allá del pincel.
Y así era como Suzanne empuñaba sus pinceles cuando colisionaba con la sinrazón; engullendo cada esquina, alternando colores y aromas con incautos pensamientos. Y así fue como Suzanne deshizo su sonrisa bajo las sábanas.