Suzanne arrojó la botella contra el asfalto, acompañando aquel estallido con un bramido. Gritó, gritó hasta que perdió todo signo de entereza... y la ira se vistió de llanto. Derramó lágrimas entre sollozos, pálida y borracha, completamente cuerda, absolutamente debastada.
Porque se aborrecía, se subestimaba y se consumía a sí misma.