viernes, 28 de agosto de 2009


Mentiría si dijera que no me habría gustado decidir el haber nacido o no haberlo hecho. Aunque la nítida experiencia y mi índole impulsiva habrían creado la misma retraída realidad, pero al menos se me habría concedido la opción de elegir, y sería capaz de recordarme por qué estoy aquí.

Mentiría si dijera que no hubiera deseado escoger mi forma de sentir la sobrecogedora caricia del viento en un otoño venidero, de entrever los pesamientos ajenos sin ser capaz de escucharlos, de mi extravagancia al doblegar las percepciones. Aunque seguiría sin alterar la monotonía, pero habría perdido el pretexto de preguntarme si de verdad merece la pena. Si merece la pena descubrir que el resto de la humanidad no se molesta en pensar y de que tú no piensas como ellos. Si merece la pena sentirte tan solo cuando estás rodeado de gente imperfecta, y de que son esas imperfecciones las que marcan la diferencia. Si merece la pena subir el contraste de tu película en blanco y negro al máximo; los súbitos cambios de humor, de la euforia al resentimiento, esa frustración.

sábado, 22 de agosto de 2009

Date with the night

A menudo me pregunto por qué la gente no se da cuenta de que las estrellas observan nuestra incongruencia. Se burlan de nosotros, mirándonos transigentes, bañadas por sus magnitudes y sus polvos mágicos; espaciales, diáfanas. Así nos escupen, aumentando la inmundicia que se cierne bajo nuestras sombras.
De pequeña imaginaba que uno de esos ápices luminiscentes había sido derramado para que sólo yo lo mirara, pero me di cuenta de que las migajas que tiznaban el cielo de Shanklin eran las mismas que salpicaban la bóveda celeste de Gezira, Camden e incluso Montmartre. Las estrellas son más putas que cualquier fulana de las calles.

martes, 18 de agosto de 2009

Delirios deshechos


Lloré hasta el punto de tener que buscar mis propias lágrimas para enjugármelas, hasta que no quedaron indicios de su existencia, hasta verse disueltas por mis mejillas. Lloré hasta inhalar agudamente bocanadas de un aire diáfano que nunca volvería. Lloré hasta comprender que ninguna compañía me hacía bien, que estaba sola y que siempre lo estuve. Lloré hasta perder la conciencia de todo lo habido y por haber, como un amante desamparado en el más profundo de los sueños. Lloré, porque mis susurros eran recortados por la soledad de mis palabras y mi respiración rasgada por mis errores y tropiezos. Lloré, porque sólo me quedaban los viejos recuerdos; turbias imágenes que apresaban tu mirada, decrépitas e imprecisas. Lloré hasta reírme de mis sollozos, hasta no poder parar, hasta sentir dolor en el vientre y seguir riendo, a carcajada limpia. Lloré hasta creer que eran las yemas de tus dedos quienes peinaban mis pestañas, porque de alguna manera me resignaba a seguir sin ti. Porque creía sentirme fuerte pero eras tú quien me brindaba esa energía,capaz de hacerme sentir el tímido rumor del viento desgastando mis labios. Lloré porque mi afán nunca fue el suficiente para hacerme creer verdaderamente que podías sentirte orgulloso de mí. Lloré, porque no comprendía que cada día era único e irrepetible y me conformaba con arrancarle las hojas a un calendario mediocre. Y lloré, para fusilar de una vez por todas el dolor que me ocasionaba sentirme tan insignificante en un mundo de gigantes devastadores.

Tush

Vaciábamos Budweisers y nombrábamos aquellos acordes que algún día cargaríamos en la guantera del 205. Quisimos ser rock stars, recopilar groupies dieléctricas y joder hasta quebrar las 6 cuerdas de acero. Pero un día mencionaste que el amor se hace a la luz de las estrellas en noches extraviadas. Y te serví otra cerveza mientras mientras aquellas nubes declinadas por el ocaso conducían lejos nuestras promesas.